Primer paso: Observar sin evaluar

Observar sin juzgar ni evaluar es el primer paso en el camino de la comunicación no violenta. Para vivir a la manera de Jesús, hemos de transformar nuestra manera de mirar, aprender a ver las cosas de manera diferente, ser capaces de observar las cosas sin juzgarlas ni evaluarlas. Observar y mirar como si mirásemos por el objetivo de una cámara de video; escuchar como si lo hiciésemos con una grabadora de audio. En esto consiste la forma suprema de la inteligencia humana.

Jesús nos invita a no juzgar para no ser juzgados[1]. Esta invitación de Jesús a hacer la separación entre observación y evaluación, constituye un verdadero cambio de paradigma, una verdadera conversión. Porque nuestras observaciones suelen mezclarse con pensamientos, juicios e interpretaciones ligadas a nuestra experiencia de vida. Nos resulta muy difícil hacer observaciones de la gente y su conducta, exentas de juicios, críticas u otras formas de análisis.

Para aprender a mirar sin juzgar y evaluar es necesario que nos detengamos y que tomemos conciencia, para que ocurra en nosotros un verdadero milagro, una conversión, un verdadero cambio: que Jesús nos cure de nuestra ceguera para que podamos ver con claridad y comprender que lo que hacen o dejan de hacer los demás, lo que dicen o dejan de decir no es la causa de nuestros sentimientos, sino tan sólo el estímulo. Que la causa de lo que sentimos -se trate de sentimientos confortables o inconfortables- está en nuestras necesidades, cubiertas o no cubiertas.

Ejercitarnos en una mirada compasiva como la de Jesús, para comprender que todos los seres humanos, no obstante nuestras diferencias, somos una sola carne[2]. Una mirada capaz de reconocer que el reino de Dios pertenece a los pequeños[3]. Una mirada tierna y cariñosa, capaz de comprender que muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros[4]. Una mirada humilde, que se da cuenta de que “el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por todos[5].”

Si cambiamos nuestra mirada y nuestra manera de observar, si desde nuestro hombre exterior observamos y desde el interior miramos con los ojos del corazón, entonces cambiarán muchas cosas en nosotros, como lo muestra el maravilloso texto del evangelio de Lucas, que habla de la mujer que amó mucho[6], y que pone de manifiesto la manera como los juicios y las etiquetas nos obstaculizan para conectar con nuestros deseos y aspiraciones más profundas de contribuir al bienestar de los demás. Ese texto precioso del evangelio, muestra la manera como un mismo hecho puede dar lugar a miradas muy distintas: la mirada del fariseo Simón, que sólo puede ver a una mujer que ha pecado mucho. Y la mirada de Jesús que, en cambio, ve a una mujer que ha amado mucho[7].

Si analizamos el texto de Lucas nos daremos cuenta de que quien transformó las cosas en este caso no fue Jesús, sino la mujer[8]. Ella pudo ver la comida en la casa del fariseo Simón como una oportunidad de brindar al Nazareno todo lo que a ella le había sido negado. A pesar de no ser bien recibida en ese banquete, con un grande arrojo y movida por su inmenso amor, ella fue capaz de dar a Jesús el torrente de ternura, valoración, afecto y reconocimiento agradecido que a ella misma se le había negado siempre. A ella nunca nadie la había amado y, sin embargo, supo amar a Jesús hasta el extremo. Ella, que solamente había recibido todo tipo de abusos y vejaciones, supo manifestarle a Jesús tal ternura y erotismo, seducción y cercanía, como quizá nunca nadie lo había hecho con él.

Podemos identificarnos con esta mujer porque podemos experimentar en nosotros esa misma necesidad de expresar a torrentes la ternura, la valoración, el afecto y el reconocimiento que traemos dentro, tan a menudo bien tapado en nuestro interior. Aunque mostremos torpeza al hacerlo, sobre todo si nos hemos sentido necesitados de cercanía y ternura, de afecto, valoración y reconocimiento, como la mujer del evangelio que amó mucho.

Cuando nos falta ilusión y fuerza para emprender una nueva etapa; cuando por cualquier razón nos sentimos vulnerables, solos y necesitados de Dios como aquella mujer que había amado mucho y que llevaba su frasco de perfume en las manos; es entonces que el Señor nos invita a no quedarnos con nuestro frasco de perfume bien tapado en las manos, a no contener toda la ternura y la valoración que llevamos dentro, sino a derramarlas y regalarlas para que su aroma llene toda la casa. Entonces podremos escuchar a Jesús que nos dice: “tu fe te ha salvado, vete en paz.”

Para ello, es necesario que cambiemos nuestra mirada para no vernos absorbidos  -como el fariseo Simón- por tantos mecanismos y automatismos en nosotros, tan a menudo inconscientes, que son obstáculo para nuestro deseo profundo de contribuir al bienestar de los demás: las generalizaciones, los juicios, las normas, las etiquetas, las comparaciones, los consejos y los roles que nos imponemos…para no perdernos la alegría y la belleza del encuentro, para soltarnos la melena y que nuestro frasco de perfume impregne con su aroma a todos los que están en la casa.

 

La tarea de nuestra vida consiste en parecernos a Jesús, en vivir con libertad y responsabilidad, en aliviar el sufrimiento y trascender por el amor. Para ello estamos invitados a empezar a transformar nuestra mirada, aprendiendo a observar sin evaluar, a conectar con nuestros sentimientos y derramarlos y dejarlos fluir, a descubrir nuestras necesidades y cuidar de ellas, a permitirnos nosotros y permitir a los demás que enriquezcan nuestra vida y contribuyan a nuestro bienestar. Tal como la mujer hizo ante Jesús y como Jesús lo hizo con ella, en amorosa reciprocidad.

 

Aprender a observar sin juzgar ni evaluar es algo tan necesario en nuestra vida, es algo tan importante que podemos resumir en ello la conversión a la que nos invita Jesús. Son muy frecuentes las alusiones evangélicas que tienen que ver con la mirada y la observación, con ser luz para los demás. Jesús es la luz verdadera que ilumina a todo hombre[9], porque mientras está en el mundo, él es la luz del mundo[10]. Jesús dice a sus discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo[11].” El Espíritu del Señor está sobre Jesús, porque él lo ha ungido para que dé la vista a los ciegos[12]. Jesús ha venido “a este mundo para que los ciegos vean y los que ven queden ciegos[13].”

 

Todo el misterio de la Salvación se puede comprender como una iluminación, como la invitación a observar de manera nueva. No sólo en nuestra tradición cristiana, también en otras tradiciones  -como la budista- son incontables las alusiones a esta nueva visión que adquiere el que practica. De hecho el budismo se presenta como un camino de iluminación a través de la observación de la mente y de la realidad tal cual es. Un despertar del engaño y de las apariencias para llegar a la “talidad[14]”.

 

La comunicación consciente nos permite detenernos para tomar conciencia y darnos cuenta de cuándo estamos en el juicio, cuándo estamos interpretando o haciendo evaluaciones de los hechos; y cuándo estamos logrando una observación objetiva de los hechos. La comunicación consciente nos da la capacidad de ver los hechos sin “acumulación”; es decir, sin añadir ni quitar nada a lo observado indicando simplemente qué sucede, quién está implicado, cómo y cuándo sucede tal cosa, pero sin meternos a analizar e interpretar con nuestra mente por qué sucede eso o quién tiene la culpa.

 

Para tener la capacidad de observar sin evaluar, es menester que veamos por los ojos de Jesús y que él vea por nuestros ojos. Este es el primer ingrediente de la espiritualidad práctica que significa la comunicación consciente y compasiva. Hay dos textos evangélicos que pueden ilustrar lo que significa aprender a observar. El primero está en el evangelio de la infancia según Lucas. Se trata del episodio de la presentación de Jesús al templo[15].

 

En el momento en que José y María entraron al templo, seguramente el lugar estaba abigarrado de gente que iba y venía y la pareja de aldeanos pasó totalmente desapercibida entre la multitud. Nadie se dio cuenta de lo que pasaba allí, salvo dos ancianos que tuvieron ojos para ver los hechos con atención y profundidad. Uno de ellos fue Simeón. Simeón tuvo una mirada profunda, una mirada profética, porque supo observar los hechos con atención y detenimiento, supo ver la “talidad”, la realidad tal cual es. Los ojos de Simeón fueron capaces de ver en el pequeño Jesús al Salvador, luz de los paganos y gloria de Israel. En Simeón sucedió lo que dice Bodhidharma:

 

“Si, al igual que en un sueño, ves una luz más brillante que el sol, los apegos que te resten cesarán repentinamente y se te revelará la naturaleza de la realidad. Un acontecimiento así sirve como base para la iluminación, pero eso es algo que sólo sabes tú. No podrás explicárselo a otros.

 

“O si, mientras estás andando, de pie o sentado, o bien estirado en un lugar tranquilo, ves una luz, ya sea brillante o tenue, no se lo comentes a otros ni te concentres en ello. Es la luz de tu propia naturaleza. O si, mientras estás andando, de pie o sentado, o bien estirado en la tranquilidad y oscuridad de la noche, todo aparece como si fuese de día, no te asustes. Es tu propia mente a punto de revelarse a ella misma.

 

“O si, mientras sueñas por la noche, ves la luna y las estrellas en toda su claridad, eso significa que los afanes de tu mente están a punto de concluir. Pero no lo comentes con otros. Y si tus sueños no son claros, como si estuvieses caminando en la oscuridad, es porque tu mente se ve oscurecida por preocupaciones. Eso también es algo que sólo sabes tú[16].”

 

Sólo se ve con los ojos del corazón. Por eso, Simeón fue capaz de ver con claridad, pues había llegado a la iluminación[17]. Pudo ver una luz más brillante que el sol, cesaron repentinamente sus apegos y le fue revelada la naturaleza de la realidad. Entonces tuvo claro que sus afanes habían concluido, su mente dejó de oscurecerse por preocupaciones y observó su propia naturaleza, porque había educado su conciencia y aceptado lo que la vida le traía. Por eso sus ojos pudieron ver al Salvador.

 

La otra anciana que tuvo ojos para ver los hechos con atención y profundidad fue “la profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era de edad avanzada, casada en su juventud había vivido con su marido siete años, desde entonces había permanecido viuda y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, sirviendo noche y día con oraciones y ayunos. Se presentó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a cuantos aguardaban la liberación de Jerusalén[18].”

 

Esta anciana Ana, recuerda a otra anciana pobre de la que también habla Lucas, y que solamente fue vista por Jesús: “Alzando la vista, Jesús observó a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del templo. Observó también, a una viuda pobre que echaba dos monedillas; dijo: Os aseguro que esa pobre viuda ha puesto más que todos. Porque todos ésos han echado donativos de lo que les sobraba; ésta, aunque necesitada, ha echado cuanto tenía para vivir[19].”

 

Este segundo texto ilustra maravillosamente lo que significa el primer paso de la comunicación compasiva. Observar sin juzgar es observar como lo hacía Jesús. Lo que pronuncia Jesús no es un juicio ni una evaluación, es una observación profunda, porque él es el Iluminado, que es capaz de ver las cosas como son, puesto que se ha liberado de toda apariencia. Las apariencias indican que los ricos daban dinero en abundancia, que sus donativos enriquecían las arcas del templo. Sin embargo, la mirada penetrante de Jesús se da cuenta de que las dos monedillas que echó la viuda pobre eran de mucho mayor valor, porque ella había echado cuanto tenía para vivir.

 

Dice Bodhidarma: “Cuando se vive en la ignorancia se está en esta orilla. Cuando se está consciente se está en la otra orilla. Pero una vez que sabes que tu mente es vacío y que no ves apariencias, estás más allá de ignorancia y conocimiento. Y una vez que se está más allá de ignorancia y conocimiento, no existe la otra orilla[20].”

 

Jesús es el Iluminado, es más, es la Luz. Él no ve apariencias, está más allá de ignorancia y conocimiento. Por eso él mismo es “el camino, la verdad y la vida[21].” Observar sin juzgar ni evaluar es observarlo todo como observaba Jesús, siendo capaces de ver la realidad tal cual es, ver los hechos sin el revestimiento de apariencias engañosas, interpretaciones o evaluaciones, y que constituyen obstáculos para contribuir al propio bienestar y al bienestar de los demás. Observar sin juzgar ni evaluar es el primer paso de la comunicación  compasiva. Y es una condición indispensable para descubrir a Dios en el adentro, y para recuperar la Imagen de Dios que llevamos impresa en lo profundo de nuestro ser.

 

 

Y AHORA A PRACTICAR

Si quieres de verdad avanzar, te invitamos a practicar. En este mes proponte hacer cada semana estos cuatro ejercicios:

 

Primera semana. Diferenciando observaciones y juicios …

  1. Una práctica muy importante en CNV es aprender a diferenciar nuestras observaciones y nuestras evaluaciones. Diferenciar los hechos, de nuestras interpretaciones y evaluaciones. Cada vez que observes algo, intenta ejercitarte en ello, escribiendo en un papel lo que es observación de lo que es juicio.

 

Segunda semana. Traduciendo nuestros juicios …

Cuando somos capaces de traducir los juicios en necesidades:

1) Podemos hablar con la gente acerca de nuestras necesidades y permanecer en conexión.

2) Podemos escuchar juicios de otras personas y traducirlos en necesidades, si queremos crear más conexión y tener más compasión por alguien que está sufriendo.

3) Traducir los juicios en necesidades puede ser un gran desafío. Sin embargo, cuando aprendemos a tener esta nueva conciencia, creamos un punto de apoyo para la compasión.

Esta habilidad o proceso de “traducir” o “desmontar” los juicios para descubrir más claramente las necesidades, nos lleva a un lugar en el que es mucho más probable que florezca la compasión. El conocimiento de las necesidades también aumenta nuestras probabilidades de conexión y, en última instancia, aumenta nuestra felicidad y nuestra compasión.

 

Estos ejercicios pueden ser muy difíciles en un primer momento, pero cuando somos capaces de tomar conciencia de nuestras necesidades, es más fácil que brote en nosotros la compasión.

 

Mantente atento durante la semana a esta práctica:

  1. Escribe en tu libreta, de una a 5 veces al día, palabras de juicio dichas por alguien.
  2. Más tarde, cuando tengas tiempo, ve si puedes averiguar qué necesidad insatisfecha parece ocultarse detrás de cada uno de esos juicios.

Recuerda: Es muy útil que limites las palabras que uses para describir necesidades a la lista que tienes en tu “formato de bolsillo”.

 

Tercera semana: Darme cuenta y traducir mis propios juicios en necesidades 

Mantente atento durante la segunda semana a esta práctica:

  1. Escribe en tu libreta, de una a 5 veces al día, palabras de juicio que hayas dicho o pensado tú.
  2. Más tarde, cuando tengas tiempo, ve si puedes averiguar qué necesidad insatisfecha parece ocultarse detrás de cada uno de tus juicios.

Recuerda: Es muy útil que limites las palabras que uses para describir necesidades a la lista que tienes en tu “formato de bolsillo”.

 

Cuarta semana: Liberándote de tus propios juicios enquistados 

  1. Piensa en algún juicio u opinión que te hayas formado de alguien por un largo tiempo (más de 12 semanas). Ve si puedes averiguar las necesidades insatisfechas que se ocultan en ti y que te llevan a pensar de esta manera.
  2. Luego, piensa en tres maneras como podrías cubrir esas necesidades.
  3. Escribe el aprendizaje que vas logrando con estas prácticas y las dificultades que experimentas para llevarlas a tu día a día.

 


[1] Mt 7, 1.

[2] Mc 10, 2-8.

[3] Mc 10, 13-16.

[4] Mc 10, 31.

[5] Mc 10, 42-46.

[6] Lc 7, 36-50.

[7] Cito este hermoso texto de Lucas que cuenta que “un fariseo invitó a Jesús a comer. Entró en casa del fariseo y se sentó a la mesa. En esto, una mujer, pecadora pública, enterada de que estaba a la mesa en casa del fariseo, acudió con un frasco de perfume de mirra, se colocó detrás, a los pies de Jesús, y llorando se puso a bañarle los pies en lágrimas y a secárselos con el cabello; le besaba los pies y se los ungía con la mirra. Al verlo, el fariseo que lo había invitado, pensó: Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer lo está tocando: una pecadora.

“Jesús tomó la palabra y le dijo: Simón, tengo algo que decirte. Contestó: Dilo, maestro. Le dijo: Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientas monedas y otro cincuenta. Como no podían pagar, les perdonó a los dos la deuda. ¿Quién de los dos le tendrá más afecto? Contestó Simón: Supongo que aquél a quien más le perdonó. Le replicó: Has juzgado correctamente.

“Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para lavarme los pies; ella me los ha bañado en lágrimas y los ha secado con su cabello. Tú no me diste el beso de saludo; desde que entré, ella no ha cesado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con perfume; ella me ha ungido los pies con mirra. Por eso te digo que se le han perdonado numerosos pecados, ya que siente tanto afecto. Que al que se le perdona poco, poco afecto siente. Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados. Los invitados empezaron a decirse entre sí: ¿Quién es éste que hasta perdona pecados? Él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado. Vete en paz.”

[8] Emma Martinez Ocaña se acerca al milagro del corazón de esta mujer alcanzada por la Palabra, en su libro Cuando la Palabra se hace cuerpo…en cuerpo de mujer, Ed Narcea, Madrid, pp. 34-43. En este relato, la mujer habla en voz propia: “Yo conocía a Jesús desde hacía algún tiempo, le había oído hablar muchas veces, sabía de su cordial cercanía y acogida a mujeres y hombres pecadores…Todo esto bullía en mi corazón y me conmovía profundamente. Yo quería agradecerle lo que hacía por nosotras, las personas que estábamos marginadas porque a mí me llamaban “pecadora pública”. Ya ves, un hombre “público” es una persona importante, significativa socialmente; una mujer “pública” es una prostituta, para que quede claro que el calificativo de público les compete a ellos, porque cuando se nos adjudica a nosotras , es para des-calificarnos.” La referencia preciosa de Emma a la memoria de esta mujer del evangelio de Lucas sirve como ejemplo de mujeres testigos de un corazón alcanzado por el Espíritu.

[9] Jn 1, 9.

[10] Jn 9, 5.

[11] Mt 5, 14.

[12] Lc 4, 18.

[13] Jn 9, 39.

[14] Por ejemplo, Bodhidharma, el monje budista que según la tradición introdujo el Zen en China, en su Meditación sobre los cuatro actos, describe el camino que conduce a la iluminación. En su Tratado sobre el linaje de la fe exhorta a encontrar a Buda a través de la observación de nuestra verdadera naturaleza, nuestro yo verdadero. En su Sermón del despertar enseña la vía del desapego de las apariencias. Y en el Sermón de la Contemplación de la mente explica el método de la contemplación del Yo profundo. Ver BODHIDARMA, Enseñanzas Zen. Edición bilingüe, traducida y comentada por Red Pine,Kairós, Barcelona 2008.

[15] “Cuando llegó el día de su purificación, de acuerdo con la ley de Moisés, María y José llevaron a Jesús a Jerusalén para presentárselo al Señor, como manda la ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor; y para hacer la ofrenda que manda la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones.

Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que esperaba la liberación de Israel y se guiaba por el Espíritu Santo. Le había comunicado el Espíritu Santo que no moriría sin antes haber visto al Mesías del Señor. Movido, por el mismo Espíritu, se dirigió al templo. Cuando los padres introducían al niño Jesús para cumplir con él lo mandado en la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, según tu palabra, dejas libre y en paz a tu siervo, porque mis ojos han visto a tu salvador, que has dispuesto ante todos los pueblos como luz revelada a los paganos y como gloria de tu pueblo Israel. El padre y la madre estaban admirados de lo que decía acerca del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, la madre: Mira, éste está colocado de modo que todos en Israel o caigan o se levanten; será una bandera discutida y así quedarán patentes los pensamientos de todos. En cuanto a ti, una espada te atravesará el corazón.” (Lc 2, 22-35)

[16] BODHIDARMA, “Tratado sobre el linaje de la fe”, en Enseñanzas Zen. Edición bilingüe, traducida y comentada por Red Pine, Kairós, Barcelona 2008, pp. 51-53.

[17] Iluminación. La mente libre de ignorancia se dice que está llena de luz, como la luna cuando deja de estar oscurecida por las nubes.

[18] Lc 2, 36-38.

[19] Lc 21, 1-4.

[20] BODHIDARMA, “Sermón del despertar”, en Enseñanzas Zen. Edición bilingüe, traducida y comentada por Red Pine, Kairós, Barcelona 2008, pp. 87-89.

[21] Jn 14, 6.

One Response to “Primer paso: Observar sin evaluar

  • Raúl Sánchez
    8 meses ago

    Me ha sorprendió leer la profundidad de entendimiento aquí expresada. Fue muy grato leerlo y encontrar concordancia.

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